sábado, 18 de julio de 2009

"No Muros, el espejismo y la ilusión" por Joan LLuís Montané

No Muros, el espejismo y la ilusión

No Muros, el espejismo y la ilusión. No muros formados de materia, es decir de ilusión, espejismo que se desvanece cual energía sutil.

El Muro de Berlín, los muros de las cárceles, las barreras virtuales de la economía, la fuerza emblemática de lo que contiene opresoramente no es más, no son más, que polvo de estrellas, arena que se esparce por los desiertos.

No Muros es un canto a la libertad, es un reconocimiento de la verdadera libertad y de la realidad en su estadio más avanzado.

No Muros significa haber superado los fantasmas de la ilusión, porque todo lo que existe no es por sí mismo, sino que se enlaza con el todo cósmico energético para ser.

El muro, el concepto del muro del ser humano, implantándolo aquí en Berlín y en cualquier parte del mundo, sea muro físico, material, psicológico, económico, político, racial, social, cae por su propio peso, porque todos somos uno.

La verdadera noción de la realidad del universo y de todo lo que existe es que todos formamos parte de un todo que es como un gigantesco engranaje que conlleva una visión profunda de una realidad que va más allá de los acontecimientos más sutiles, para encuadrarse en la propia esencia verdadera de la energía.

Se considera a la energía como la parte del todo, como el fundamento de que todo lo que existe es porque es unión con la armonía universal.

Los distintos ecosistemas están completamente integrados. Pero no solo los ecosistemas naturales, también los ecosistemas para biológicos, los ecosistemas espirituales y los ecosistemas etéricos, almicos, vibracionales y los iluminados.

Los muros son un espejismo, una china en un zapato, molesta, incordia, es capaz hasta de matar esperanzas por un tiempo, pero, luego, el muro es derribado, porque el ecosistema no los concibe, lo altera y, en consecuencia, son superados por la imposición de la aplastante lógica de la realidad.

Pueden durar años, pueden ir más allá de los siglos, pero, después, desaparecen, porque la verdadera existencia es libre, sin ataduras, al margen de las limitaciones, incluso de las limitaciones psicológicas o políticas sean del signo que sean.

La verdadera noción de la realidad es la que se impone a cada momento y en cada instante de la propia vertebración.

La fuerza de la vertebración reside en la fuerza de quienes son capaces de ver en lo más profundo de la existencia. Esta se halla encuadrada en el todo armonioso, en la fuerza que determina el caos y el posterior reordenamiento.

El muro, en el fondo, es consecuencia del caos, es la necesidad de quienes pretenden imponer a los demás una dinámica limitadora de esperanzas.

El muro va en contra del mito, porque, en el fondo, contribuye a crearlo. El muro quiere encerrar, encarcelar, preservar, proteger o evitar, más lo que consigue es el efecto contrario.

Estimula a sus detractores, fomenta la imaginación, crea lideres, conserva mártires, escala posiciones en el imaginario de los seres humanos. Es como una montaña que invita a todos a escalarla con niveles de complejidad y peligrosidad distintos.

Un muro, el muro, los muros son cárceles de cristal que se derriten cual pasteles de una noche de fiesta en un entorno hostil que se transforma en un complejo entramado comandando por las huestes del amor.

El sentimiento, el núcleo vibracional, el motor que mueve el mundo se asienta en el corazón, en el amor, en la fuerza del cambio de los sentimientos.

Estos no tienen límites físicos ni materiales. Es como querer contener la fuerza emblemática vibracional del amor y la felicidad en un recipiente que posee salidas aéreas, que tiene el cielo como referencia, que no alcanza las nubes, que solo está programado para disuadir, pero que lo único que genera, en realidad, es la capacidad de del ser humano para superar un situación adversa, invitando a soñar.

El muro es la antesala del sueño, es la fuerza que nos lleva a creer con determinación en los anhelos, en las esperanzas, en la posibilidad de reconvertir lo que nos rodea en algo positivo, que transmuta la vibración matérica, convirtiéndola en aquello que vuela, se instala en el nirvana y se introduce en las vestimentas de los dioses.

El muro no existe, es un espejismo, fruto de la imaginación calenturienta de gentes sin escrúpulos que pretenden cercenar vidas a cosa de creer en la también falsa ilusión de la preservación del poder.

El muro es un avión con alas que motiva a todos crecer con ahínco, a ser consecuentes, a querer volver a empezar en el amor a pesar de los fracasos, arropándonos para protegernos, siendo conscientes de que no hay limitaciones en el derrumbamiento de mitos posible, sino que la propia fortaleza de la vida y su trascendencia es tal que va más allá de cualquier obstáculo.

Joan Lluís Montané

De la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AIC

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